
Clay es el joven heredero de un gran emporio y sufre problemas del corazón. Antes de ser operado de un trasplante decide casarse con la bella Sam, conla que lleva un año saliendo, para disgusto de la madre que no ve con buenos ojos la relación. Le operará Jack, un cirujano en quien confía. Al poco de comenzar la intervención, Clay sufrirá una percepcion intraoperatoria, no ha perdido los sentidos del tacto ni el oído, por lo que puede sentir todo el proceso. Y eso le llevará a escuchar cosas muy desagradables e inopinadas, haciendo que todo su mundo como un castillo con cimientos de papel quede a merced del viento, al arbitrio de la nada.
En un primer momento creía que no tenía mucho que ver el rollete sentimental azucarado, con la trama médica, pero luego a medida que va avanzando la película y vamos obteniendo todos los detalles, todo se explica y se justifica.

He de recordar que me ha sorprendido gratamente este filme de Joby Harold, donde he podido disfrutar de una fotografía y un montaje muy interesante, así como un desarrollo que, a pesar de sostenerse con hilos para resultar real, te mantiene pegado al asiento durante la hora y media que dura.
Cuando Clay es operado y pasa por el proceso de percepción intraoperatoria asistimos a un viaje astral del protagonista, encarnado por Christensen, que resulta muy interesante, ya que el buen gusto está presente en todo momento, consiguiendo trasladar la sensación de angustia y dolor a tu butaca en todo momento. Y, auqnue predominen los buenos planos, y las buenas ideas, he de decir que el guión se queda flojo en muchas ocasiones, como el desenlace final.

Aún así, la película es entretenida, en ningún momento pierde el ritmo, y con su sentimentalismo barato y su evidente fe en el más allá, se deja ver con más gratitud por parte del espectador que otras cintas que hay ahora mismo en cartel.

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